Ya no me llamo Xavier, from now on, Ego sum, I am, Je suis, Io sono, Eu sou, Yo soy: Ana Crónica de Ayer, esposa del pasado, sobrina de Eusebio y, de algún modo, pariente lejana de Flavio Josefo. Soy, como decía Borges, alguien para quien el presente es apenas un indefinido rumor.
Hace dos semanas me enteré en New York que Sandro de América murió, y que su muerte, paralizó al continente. Ayer, me habló mi hermana para contarme que un haitiano que conduce buses en Barranquilla, Colombia se enteró del terremoto una semana después cuando una reportera le preguntó que cómo se sentía por lo sucedido. Ayer, por fin compré mis primeras aplicaciones para mi i phone con mi “nueva” cuenta de i tunes. El mundo corre tan rápidamente, que por estar leyendo el ayer, no puedo alcanzarlo. El mundo es tan raudo como un lince y voraz como lo es la melancolía (a saudade do brasileiro). El mundo corre y no intento alcanzarlo, porque cuando camino lento, lo aprecio mejor, lo saboreo mejor, lo digiero mejor y no me causa estreñimiento.
Me gusta arrastrar los pies, respirar y sentir la agitación en mi sangre, no por el afán, sino por contemplar la belleza. Me gusta a veces olvidarme de Nietzsche, de Vallejo, de Hollywood y de Schopenhauer. Me gusta a veces mirar a través del lente de la simplicidad y creer que soy como el Dios de Agustín: un eterno presente. Me gusta a veces leer a los otros, oír sus voces sin editar lo que dicen, vivir los mundos que inventan y creer que somos uno. Uno, como lo decía ese ciego de mar y plata, ese mismo a quien pienso arrebatar su bastón blanco, hacerle que tome mi brazo y obligarle que vea por mis ojos para saber si así podré recordar mejor el ayer. Ya sin mas, yaceré en la paz de mi aposento musitando a los clásicos hasta que Lavoe me despierte gritando: “tu amor es un periódico de ayer.”
Hace dos semanas me enteré en New York que Sandro de América murió, y que su muerte, paralizó al continente. Ayer, me habló mi hermana para contarme que un haitiano que conduce buses en Barranquilla, Colombia se enteró del terremoto una semana después cuando una reportera le preguntó que cómo se sentía por lo sucedido. Ayer, por fin compré mis primeras aplicaciones para mi i phone con mi “nueva” cuenta de i tunes. El mundo corre tan rápidamente, que por estar leyendo el ayer, no puedo alcanzarlo. El mundo es tan raudo como un lince y voraz como lo es la melancolía (a saudade do brasileiro). El mundo corre y no intento alcanzarlo, porque cuando camino lento, lo aprecio mejor, lo saboreo mejor, lo digiero mejor y no me causa estreñimiento.
Me gusta arrastrar los pies, respirar y sentir la agitación en mi sangre, no por el afán, sino por contemplar la belleza. Me gusta a veces olvidarme de Nietzsche, de Vallejo, de Hollywood y de Schopenhauer. Me gusta a veces mirar a través del lente de la simplicidad y creer que soy como el Dios de Agustín: un eterno presente. Me gusta a veces leer a los otros, oír sus voces sin editar lo que dicen, vivir los mundos que inventan y creer que somos uno. Uno, como lo decía ese ciego de mar y plata, ese mismo a quien pienso arrebatar su bastón blanco, hacerle que tome mi brazo y obligarle que vea por mis ojos para saber si así podré recordar mejor el ayer. Ya sin mas, yaceré en la paz de mi aposento musitando a los clásicos hasta que Lavoe me despierte gritando: “tu amor es un periódico de ayer.”