lunes, 21 de septiembre de 2009

Epistola sobre Margarita

Querido Lector,

Margarita es pervertida. Por sus venas corre tequila y de sus labios mana cítrico ácido que quema al sabor del frío. Margarita decide y lo hace, sin importar el fin, sin importar el medio. Pasión es su nombre y no tiene remedio.
Ya pudiera recitar un rosario con los nombres de los cincuenta amantes que ha tenido.
Todos y cada uno, incluyendo un primo y dos tíos, un hermano entero y otro medio.
Harto esfuerzo le ha costado coronar su numero cincuenta y uno, por mas que intente no cae, porque su victima no juega en sus grandes ligas, porque su alcance no es de tal tirante, porque su victima es su propio papá, su progenitor, el que puso el semen para su concepción, ese mismo, no miento, ese mismo es.
Cansada de planear estrategias de guerra, la pervertida Margarita se queda sin moción. Ya intentó la apertura de piernas al estilo Sharon Stone, la franela mojada sin sostén debajo, la lamida de dedos a lengua tendida, la amarrada de zapatos con retaguardia al sol, la pesadilla en la noche llamando a su papito, el accidente en la ducha cuando estaba en cueros, en fin, se le agotaron todas sus puterías, que risa, ja ja. Ya se que sueno como su peor enemiga de escuela al reírme, como a otra adolescente mas perra que ella y feliz de que no cederé el titulo de la pervertida del año. Pero, es que ser puta es una cosa, y ser pervertida otra.
El otro día me contó Sofía de Arreboles, su amiga morena sin tetas de décimo grado, que Margarita abrió un sitio Web llamado: www.hijasdelot.com donde relata todas las fantasías incestuosas que nacen de su frustración. Abuelos follando nietas, tíos sodomizando sobrinos, abuelitas masturbándose con los juguetes de sus nietos, papas besando a la Barbie de su hija, hijos oliendo en secreto los calzoncillos cagados de su papa, en fin, es asqueroso, monstruoso, y repugnante. No se para que lo cuento. Pero, si quería hacerlo para que descubrieran a Margarita, la incestuosa, la pervertida. Me contó también la que limpia su casa, que Margarita tiene un altar en su closet con fotos de su padre. Margie, como le llaman, enciende velas, ha intentado la santería, la magia negra, y aun así, su papá no cae en sus fauces. Ayúdenme a parar a esta perrilla, que no solo se pervierte, sino que se place en pervertir, en corromper, en maldecir.
Si la ven en la calle, no diré nada si le tiran piedras, no denunciaré, mas bien, apoyaré la causa. Si uno de estos días se pasea por el campo de béisbol, y tienen un bate en sus manos, no reaccionaré si confundieran la pelota con su cabeza llena de podredumbre, de pecado, de perdición.

Gracias por su apoyo y comprensión.

Atentamente,

Su mamá.

lunes, 24 de agosto de 2009

Diario Nocturno


“…Y cuando el fuego de tu estancia los muebles dora, los dos nos miramos y sonreímos, mientras que el viento afuera, suspira y llora.”
Así decía el poeta, mi querida Marta. Así decía ese sádico de burdos papeles y tinta de sangre. Todo lo decía como yo lo sentía, pero a la inversa. El fuego de tu estancia que un día te dio lumbre, ya era traqueteo de ramitas agonizantes, brasas en pena, y ceniza que se dibuja en mi frente en forma de cruz para recordarme que polvo soy, y en polvo me convertiré. Tu mirada ya es esquiva para mi, pues no hay comparación entre la beatifica visión de la que gozas, con estos ojos verdes y llorosos, fatigados y tenues. ¿El viento? El viento ya no suspira, no llora. El viento es sádico como este verso que recito. El viento ahora se burla, se caga de risa. Un día cuando silbaba con más intensidad, hasta se orinó un poquito, no te miento, yo lo sentí. Maldito viento. Cuando hace calor, no sopla, se queda a la distancia meneando los cañizares para que yo me saboree. Cuando construyo ese castillo de naipes que tanto te gustaba, sopla el puñetero con brío y sin brida.
Así es, mi querida Marta, así están las cosas por aquí. “…Cuando el fuego de tu estancia en un instante se evapora, los dos nos perdemos y lloramos, mientras que el viento afuera, festeja y goza.”

lunes, 6 de julio de 2009

Hispania

De España.
Cielo limpio y oscuro,
tierra tostada,
y cauces donde corre
muy lenta el agua.
Cristo moreno,
con las guedejas quemadas,
los pómulos salientes
y las pupilas blancas.

García Lorca. Saeta (Poema del Cante Jondo)

A un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme voy. A un lugar de molinos y riachuelos me acerco. ¿Hallaré refrigerio para mi alma sedienta debajo de un árbol en el calor de Sevilla?
Me pregunto, ¿cómo le ira al manco de Lepanto al mover el mouse de su ordenador? ¿Estarán Fernando e Isabel rezando el rosario o musitando el ángelus en medio de edictos papales y hambre de tierras? ¿Sabrá Velazquez que ahora en la red hay muchas meninas, con menos ropas, pero igual de dispuestas a posar?

Quiero ir a Salamanca y gritarle al río Tormes que no necesito pedir prestado nada que natura no me haya dado. Quiero sentarme y oír a Unamuno decir: «venceréis mas no convenceréis»; le pediré que me envíe por correo electrónico el archivo en Word de su discurso para reenviárselo a Pinochet, a Trujillo, a Sadam, y a uno que otro pendejo en este lado del planeta (al Acondroplásico también, me sugiere el Peregrino).

Quiero ir a Barcelona y descubrir la obra de Gaudi, oír hablar el catalán, oler el mediterráneo, mirarlo de frente sin dejar de espiar a Valencia al sur con posición cubista al estilo Picasso.

Quiero ir a Jaén, oír el grito melancólico de una cantaora, quiero que despierte con sus taconazos mis mas íntimos penares, que me acribille ese romancero guitarrista con su trinar de cuerdas como a Roberta Flack su suave asesino.

Quiero ir a Galicia, caminar hasta Santiago, aspirar su olor a sahumerio, sanar las llagas del camino y comer jamón en Lugo. En A Coruña quiero romper los estereotipos, comprobar que el gallego no es tonto y que el mar es la razón de su desvarío.

Si me cansare, ya borracho de Vigo, de Ferrol y de Pontevedra, 'coa vista ao lonxe sin tornar ollos atras', iría a Zaragoza a recostarme en sus pilares; sólo ahí me sentiré seguro.
Si muero de sed, en alguna fuente madrileña me saciaría. Si me cierran las puertas, la de Alcalá se me abrirá. Si de hambre fallezco, de algún madroño comeré. Si España no me recibe, el cielo me acogerá; citaré a Santa Teresa y con angustia exclamaré que muero porque no muero.

Esa es España, la madre patria, por la que somos hijos de puta los americanos. España la de santos y pintores, la de legistas, y escritores. España la que odiamos y amamos, de la que salimos para no volver, hoy rompo esa maldición y a ti retorno, con miedo y emoción. Temo que me llamen sudaca cuando abra mi boca, que me confundan con rumano por mis ojos verdes y mi piel de sol. Temo que me toquen una teta en un tren, me encimen una patada en la cara, y lo adornen con una letanía de insultos.

Déjame entrar España, y prometo no reclamarte el oro que le robaste a los indios, al fin y al cabo fue a ellos y no a mí. Yo vine contigo y mis abuelos participaron del festín. Déjame entrar y hablarte, escúchame, es tu idioma, el que me enseñaste a balbucear de niño, en el que rezo y maldigo, en el que insulto y acaricio. Déjame entrar y mostrarte que soy igual de morboso que tu, que me gusta ver matar toros, aunque de noche no pueda dormir. Déjame entrar y mostrarte que aún voy a las procesiones que remedamos aquí en nuestras montañas, que veo tu liga de fútbol, que me encanta tomar vino con un flamenco de fondo, que compro tus libros y hasta estoy haciendo fila para comprar un billete que me lleve hasta ti. ¿Por qué hemos llegado hasta esto? ¿Por qué me pones en esta situación? ¿Por qué me la haces tan difícil cuando, sirviéndote, vine en tu nombre a conquistar esta tierra de nieves y montañas, de palmeras y mares azules, de especies exóticas y ríos agresivos? Me cago en tu ley, como dices, basta de gilipolleces, si me dejas usar tus palabras. ¡Qué mierda, Madre Patria! ¡Qué putaza de madre eres! Me cago en tu Lorca y en tu Ortega, en tu Pío Baroja y en tu generación del 98, en tu Calderón y en tu herencia que persigue cada vez que me miro en un espejo, cada vez que me llaman Xavier, José, María, López, Hernández, Gómez, y González; cada vez que camino por mis calles y esos balcones me desconcentran y esas torres me lastiman la mirada y esas letras me laceran el intelecto, y me digo: ¡qué gran hijo de puta soy!

Basta. Ya mejor dejémonos de vainas. Me dieron el visado y me voy a España. Pero tranquilos, esbirros de Franco, el Generalísimo: sólo serán 10 días (menos porque deberé pasar por Portugal, a ver qué es lo que tanto dicen).
Vosotros que gritáis '¡país!', os juro que me tomaré unas cañas en Madrid, que me tomaré fotos en Toledo y que si me hacéis un gesto de desprecio, os hablaré en inglés para que me tratéis como gringo. Claro que si ni eso os vale, os mandaré a la mierda en el idioma de Shakespeare: What the fuck is the matter with you little spaniard? get away from me and put your little country up in your ass! Pero no, no será necesario. España es patria de gente noble también, ¿o no, Peregrino?.
Un saludo a mis amigos españoles, a mi familia que vive en España, y a ese gran lugar de La Mancha cuyo nombre siempre recordaré.

lunes, 22 de junio de 2009

Arbiter Moris

Desde pequeño me ha gustado espiar, mirar, otear, indagar, buscar, seguir, hallar, encontrar, descubrir sólo para denunciar, para hacer castigar, para que el sorprendido sufra, enfrente el suplicio y escarmiente.
Desde pequeño me ha gustado seguir el rastro del pecado, oler las pistas del delito, saborear las sales de la mentira, contar los pasos del crimen y deleitarme ya con el gesto obnubilado, ya con el rostro perplejo del criminal.
Que ofrezca testimonio mi hermana, a la que después de un exhaustivo operativo le descubrí su horario de tres masturbaciones por semanas, ella que se decía santa menina. Supe con rigor matemático los días y las horas en los que lo hacía, cuantos dedos usaba, de qué foráneo objeto se valía, con qué fotos se inspiraba; hasta supe por qué, en el acto, sus brazos flacos lamía.
Que pase al paredón mi tío Felipe, que cuente con exactitud sus felonías, que diga si no le hallé dándole lengua a la vieja trémula de María.
Que pase ahora mi papá y que cuente su romance con el barbero; que diga si era la entrepierna, la tijera con que le pulían el trasero.
Si contara lo que sé, no habría libro que pudiera contener mi ciencia, tan empírica como metodológica. Si pudiera, añadiría lo de la vecina Ester que le tocaba las tetas a sus sirvientas, lo de Roberto, el paisa de la tienda de abarrotes, que canjeaba dulces con mi hermano a cambio de mamadas; también lo de la sacristana que se vestía de cura en las noches, lo del cura y sus soliloquios frente al espejo usando la ropa de su difunta madre, lo de los pajazos matutinos, vespertinos, y nocturnos del Peregrino visualizando a su Carmen de ubres santas. En fin, es mejor que no escriba, por que como a San Juan, ni me alcanzaría la tinta, ni tampoco el pergamino, mucho menos el opio para inspirarme tanto.
Como dije, desde pequeño me ha gustado espiar sólo por el morbo de hallar y delatar. Me deleita ver la cara del pecador, se me suben los niveles de anfetaminas y serotonina en mi cuerpo cuando encuentro al ladrón con su nuevo haber, al mentiroso desnudo ante la verdad, a la respetable señora con una verga ajena adentro, al corrupto sacando el as debajo de la manga, al guerrillero cargando droga e hipócritamente diciendo que no; cuando descubro el número telefónico del extorsionista por el identificador de llamadas y le devuelvo la llamada para extorsionarlo yo, me siento vivo, con propósito; me siento auditor, celador, prefecto de disciplina. Soy mejor moralista que Bernard Haring o cualquier protestante puritano. Me siento poderoso, mejor que los demás. Me siento el sacerdote ascético que tanto critica Nietzsche, soy el dedo ardiente de Torquemada, me siento Moisés con sus tablas y las demás que le siguieron, me siento como libro de Vallejo, que aunque critique lo anterior, entra en la misma categoría de la condena. Me hallo perdido en este mundo de lo bueno y de lo malo, de lo correcto y lo incorrecto, de lo permitido y lo prohibido. Brindo con la copa en alto cuando el que infringe no encuentra otra salida más que la estrecha puerta de la penitencia.
Fue un placer celestial, supra sensorial, indescriptible, y extático cuando a mi hermana le cortaron dos dedos como a la protagonista de la película El Piano, por andar de alborotada; cuando el esposo de la vieja trémula de María dejó inconsciente al tío Felipe con una palizada; cuando a mi papá le colgaron por los siglos de los siglos una letra M escarlata, como la del libro y la película, que alertaba a todos de la presencia de un marica; cuando a la vecina Ester la demandaron sus sirvientas por acoso sexual; cuando a mi hermano le dio gonorrea y herpes en la garganta por andar bebiendo de fuentes prohibidas, cuando Pilar después de ráfagas de golpes regresó a su aldea lejana y olvidada, cuando el cura Fidel murió sin saber lo que fue un enema, un examen de próstata o una escarbada en la poza séptica y finalmente, cuando al Peregrino lo sacaron de esa habitación sin pena ni gloria, tan sólo con una simple idea de la desnudez femenina. Cómo celebro, y qué feliz me siento al pensar, que gracias a mí, el crimen no encuentra vividero.
Ya no soy pequeño, soy adulto; sé lo que soy y lo que quiero hacer. Sólo no sé cómo hacerlo: quizá como abogado o como juez, como cura o como celador, como policía o como maestro, como filósofo o como guerrillero, como periodista o como presidente, como gran hermano o como tesorero. No me importa lo que me llamen, siempre haré lo manifiesto: cuidar del alma errada, aunque inútil sea hacerlo.

miércoles, 3 de junio de 2009

Constanza o El Orgullo de Tener Tetas

Esa es Constanza, la negra de mejores caderas, la de piel de brea, y brillantez de ébano. Constanza fue premiada por natura, con tres pezones fue coronada, con mas placer fue laureada. Cuando se excita o hace frío, tiene mas formas de decirlo, no se erectan sus dos pezones, se erectan su tres. Que afortunada esa negra de mierda! Si pariese trillizos, a todos podría alimentar a la vez, pues con ese trío de dedales, toda sed podrá complacer.

Constanza, la de las tres terminaciones lácteas, mal le saldría si aumentar el pecho quisiera, que no le cobrarían por dos, sino por otra que mal tuviera. A Constanza no le consta que haya sido un don. Tampoco le asustan que la llamen anormal, que no ha nacido el primer “freak” que no se haya valido de su rareza, sean tres ojos, o dos ortos, sean cuatro brazos, o tres tetas.

Constanza al circo no quiere ir, ni en película de Almodóvar salir. Constanza repudia el morbo del que mira de modo absorto. Constanza, la negra de las tres tetas, que si las tuviera, tres bocas necesitara, pero no me alcanza esta bemba solitaria para su trío de uvitas pasas. Constanza, perdona mi limitación, negra bendita por la mano del creador. Dame trabajar por turnos en tu pecho celebrado, que a lo ternero huérfano, succione de placer. Si te pusieras un piercing, ¿a cual de ellos lo prenderías? Dime al menos uno, para evitarlo con mi lengua loca. Constanza, mi negra brea, de fulgor en piel y melaza en pena. No te como porque me empalagas, no te bebo porque me ahogas, no te mamo porque me confundo, no te beso porque me excitas, no Constanza, ya no te tomo, ni en pequeñas dosis te tomaría, que aunque no sea raro, de normal ya nada tiene, aunque si esperas un poquillo, de tres copas harán brasieres. Que Dios derrame el don que tienes a las madres olvidadas, a las matronas dolorosas de las villas polvorientas, aquellas que en vez de rosas, el escarnio las contenta. Que nazcan con tres tetas las paupérrimas holgazanas del destino que les niega ocupación. Que en vez de tetas, les llamen ubres, que en vez de uno se le peguen tres y que los infelices que ellas paren tengan opíparo banquete, que lo blanco se vuelva sangre hasta harto succionar, que la ambición los corroa y les extraigan hasta pus. Constanza, madre tierra, cuantos tristes ya has parido, que de tanta tetamenta, solo queda un escurrido. Ponte implantes de acrílico, vuélvete falsa pobre negra, haznos creer que sigues igual y que mas leche queda. ¿Que te hicimos Constanza? Todos los que te estropeamos ese útero, todos los que te hicimos gritar en parto te partimos de dolor. Déjanos tu legado, el de la madre que más mamaron, no el de la feminista flaca, velluda, de lentes, intelectual, con mochila cruzada, y ademanes de culta, de protestas liberales y miedo tonto al compromiso. No Constanza, que queremos recordarte gorda, de vagina rota y corazón igual, de mirada caliente como leona en celo, de pasión desbordada como si algo amaras. No te quiero ver cosida allá abajo para parecer virgen, no te quiero de vientre plano negando tu vejez, no te quiero sin arrugas, seria obviar tu historia, con canas te veras mejor. Muéstrame con orgullo que no te abriste de patas solo para follar, que con orgullo responsable las abriste más para parir. Que ningún gancho destruyo tu cría, ni vientos succionadores de mil caballos de fuerza, que ninguna píldora afecto a los que con tanto gusto hiciste y que con tanto valor llevaste, por los que lagrimas derramaste, y a los que siempre recordaras por las noches cuando te veas en el espejo y sientas la morbidez de tres tetas yertas. Insulta a Simone, vitupera a Chela Sandoval, escupe en la cara a la Wollstonecraft si de ti se burlase, que no hay mas liberación que la de saberse desencadenada en el lecho sudando de placer, en la camilla sudando de dolor, o con la teta afuera dando de beber.

lunes, 11 de mayo de 2009

Testigo Don Fidel


Desde el lecho frío que besaba su cuerpo ya escaso de carnes, hablaba el padre Fidel de una tal Pilar que le sirvió de sacristana.

Lacaya fiel de la iglesia de La Merced, día y noche servía: tan sólo cuidaba, más nunca dormía. Pilar, beata de pueblo, de pelo largo, caderas escurridizas, cara lazarina de cuatro días de muerta, púber mostacho que lamía con su labio nunca lamido, nariz con la que bien podía hurgar buscando hormigas, senos de gota por forma y tamaño, bisagras velludas al estilo Woodstock, patas muletas, pelo de fique, paraíso hemipteroideo, sonrisa sin perlas, y un deseo inmenso de ser como el cura don Fidel.

Contaba el octogenario levita que, en noche ventosa, olvidó su breviario en la credencia pequeña del altar mayor. Parose sin titubear a buscarlo. Quería evitar que su conciencia le jugara una de esas morbosillas jugarretas que le hiciesen recordar la promesa de rezar, sin faltar, oficio de lecturas, laudes, tercia, sexta, nona, vísperas, y la celadora de sus sueños impúdicos: las completas. Por causa de éstas, decidió dejar el blando catre de policromada lencería hecha por indios Paeces a los que un día adoctrinó en el lejano Cauca de santas semanas y peregrinos devotos. Tomó su vieja sotana, raída y cansada, y sin usar nada debajo, con el miembro colgando cual lirio marchito, salió a su mandado. Como en vuelta de torero, rodeó el templo hasta encontrar la minúscula puertecilla que daba acceso a la sacristía. Un golpe, otro golpe, uno más y la torcida llave abrió, con la complicidad de tres golpecillos, sin aparente repercusión. En éxtasis hallábase Pilar; como harta de opio o barragana liada a Belcebú.

Según contó el santo doctor de almas quien había detenido su aún mórbido cuerpo en la entrada de la sacristía y, sin estropear a la fulana, contempló paso por paso lo que hacía. Ahora enfermo y más viejo con la ironía de un inquisidor y la sátira de un hereje declaró su fiel testimonio como sigue: se puso el ornamento exclusivo de las patronales mercedinas, el de canutillos, hilos de oro, ónix en brillo, el de la imagen de la Señora en pose de bondad, el que me hicieron las concepcionistas de Santa Beatriz. Caminó hacia el altar, reverenció al tabernáculo, besó la piedra ara, se persignó, ritos iniciales, oración colecta, leyó, predicó la desvergonzada, dijo el credo y hasta oró por supuestas personalidades de la congregación compuesta de bancas solas con un ligero olor a ancas sudadas, prefacio, plegaria eucarística, consagró la hija de puta, levantó el cáliz esta mal nacida, comulgó la muy perra, hasta meditó después de comulgar, se paró, oró de nuevo y dio la bendición.

Quería ahora, decía Don Fidel, salir corriendo hacia ella y darle su par de bofetadas por sacrílega, ignorante y por haber olvidado el padre nuestro que es parte esencial de la misa. Pero no, la paciencia es una virtud que harto esfuerzo le había costado y mejor esperó a que llegase a la sacristía para constatar que no olvidara reverenciar el crucifijo en pasta de maíz que un canónigo amigo le había enviado desde Morelia, en las entrañas tarascas de Michoacán en Méjico. Pues lo hizo, y cuando se quitó el ornamento de su sacro oficio, la alba Pilar sintió una ráfaga de repetidas manos que la sacó ipso facto del éxtasis en el que soñaba ser cardenal, padre de la Iglesia, cura animarum, ministro de la Santa, Católica y Romana. Como muerto que resucita y desea volver a morir, Pilar Lucía Castaño De La Rueda sintió que los cayos del párroco ruborizaban sin misericordia su pálida piel. Ni para que decir que no; bien conocía su falta y merecida era la punición.

Entre hallazgos de confesión, que por razones de sigilo no deberíamos contar, pero que al senil cura Fidel ya no le importan, Pilar ya llevaba tres años y cuatro meses funcionando de sacerdote en las fantasiosas pilatunas de sus solitarias noches en el templo. No sólo hizo misas, también bautizó, confirmó, casó, ordenó a más mujeres, aplicó la extremaunción, desbancaba a Rouco Varela de la Almudena, a Rubiano de la Primada y a Norberto Rivera no lo dejaba entrar ni al Zócalo. Ningún prelado se comparaba con su hábil uso del dedo señalador, ni a su trinar patético de gregoriano decadente.

Pilar perdió su acceso a la sacristía, al reino de lo sagrado, al palacio de lo bello. Ya resignada por su destino, marchose del pueblo sin dejar recuerdo alguno. Su rostro era olvidable, su cuerpo sin ninguna pretensión. Nada ha pasado, Pilar. Regresa a tu aldea a lidiar con gallinas, recoge los huevos como te dice tu tía, trae la leña que el viento se siente ya frío, arranca un tomate y hazte una sopa, tómatela, gózala y ríete de felicidad, puñetera, que no ha nacido una hija de puta como tú tan cabrona y gallarda. No ha nacido la primera hija de Eva que hiciese lo que tú hiciste. No hay, ni entre las comunistas, espíritu más libre que el tuyo, pues ellas pelean para darle el poder al que un día las oprimirá, pero tú Pilar, tú tienes más pelotas que los maricones que oprimen tu raza débil en odio, violencia, y rencor.

Así, con tono cansado y tristeza brotando, el padre Fidel recordaba a la hereje Pilar, a la que en ejercicio de guardián de la fe despidió por las veredas polvorientas de Santa Fe de Antioquia. Decía de ella, con pícaro gesto: “buen siervo fui al defender a la Santa Madre Iglesia de la relapsa Pilar, bien hice al exterminar la contumacia de su secreto pecado, buen siervo fui y que no digan los sagrados historiadores que no defendí la causa. Pero, en mis noches ocultas, después de rezar completas, cuando la mente dejaba de pensar en Dios y los demonios en festiva caravana venían, recordaba mi pasado, en el que jugaba, al igual que Pilar, con la ropa de mi madre Doloritas, ahora muerta. Recordaba cómo aquel vestido de terciopelo azul se ceñía a mis formas de adolescente imberbe, cuando imitaba al espejo los gestos de dama en cóctel, cuando vestía una chinchilla alrededor de mi cuello, cuando desfilaba lanzando besos cual doncella en busca de consorte, cómo llenaba mi faz de afeites sin fin y cómo me bañaba en agua perfumada para parecer perra en celo. ¡Ay Pilar! Decía Don Fidel, ¡cuánto teníamos en común! Tú jugabas a mí y yo a ti en mejor versión. Siempre soñé caminar de vuelta a mi mundo como tú, como en victoria y sin haber ganado nada más que la certeza de saberme libre. Vuelve, Pilar, un día y hállame en el espejo de mi cuarto vistiendo el ajuar que heredé de mi madre y que conservo en un baúl. Entra sin preguntar, obsérvame, calla, Pilarica; mira mi escena y dime luego si en algo fallé. Espera a que acabe y golpéame con furor, con importada violencia, que sé que no posees. Grítame Pilar, dime: maricón, joto, muerde almohadas, caga colchón, cacorro, florecita, mariposón, culo ancho, sodomita, o pirobo como ahora dicen los muchachos. Apostrófame: faggot, fruit cake, sale pédé, tante, tapette, invertito, marchettaro, effeminato, schwuchtel. Di todo lo que quieras y luego destiérrame como lo hice contigo. Así me iré por los campos pastoriles, como con aire de victoria y sin haber ganado nada más que la certeza de saberme libre.

domingo, 3 de mayo de 2009

Coloquio de la Emancipación.

-Madame Rupert: eres torpe y poseo baja tolerancia a la estupidez.
-Aníbal: ¿Qué quieres que cambie?
-Mme. Rupert: no, no, no quiero que cambies…¡quiero que desaparezcas!
-Aníbal: pero, podría serle útil… podría lavar sus platos…
-Mme. Rupert: romperías mi loza china.
-Aníbal: podría lavar su ropa…
-Mme. Rupert: arruinarías mi Chanel.
-Aníbal: podría limpiar su casa…
-Mme. Rupert: ¿Crees que te dejaría poner tus burdas manos sobre mi mueblería Louisiana? Oye… ¿te has mirado en un espejo? Eres un error de natura: adefesio humano, esperpento, patizambo, tiparraco de imagen irrisoria y fulana personalidad. ¿Cómo crees que te dejaría deambular por mis propiedades sin punición alguna?
-Aníbal: entiendo.
-Mme. Rupert: tú nunca prosperarás.
-Aníbal: es posible.
-Mme. Rupert: tú nunca serás amado.
-Aníbal: como usted diga.
-Mme. Rupert: Dios no quiera que te reproduzcas; afearías mas la raza humana. Tu estirpe sería cual modelo flaca, cual rubia de amplias mamarias, cual insípida Gioconda, cual reinita de paso fino, fino lino y opinión sin tino. Quiero que dejes de atentar contra mis ojos, quiero que pares de ofender mi exquisito gusto, quiero que dejes esta cámara que, contigo adentro, no deja de apestar.
-Aníbal: no hay cuestión, no hay objeción, no hay llanto, no hay herida, no hay lamento. Esta cámara dejo en este momento. No sin antes revelar, el origen de esta hedentina, que maltrata tus fosas y de pecho causa anginas. Esta cámara apesta y no es por mí, es por tu boca, cercana a tu nariz, que, de tanto hablar mierda, tal olor ha generado, dándome un hipo nauseabundo que de ti yo siempre he odiado.

viernes, 24 de abril de 2009

De amores imposibles y otros demonios

Al entrañable Peregrino de las pampas andinas, de nombre impronunciable y recuerdo lejano...

-He perdido la patria potestad de mi pecho convexo, he dejado infringir la barrera de mi entrepierna cóncava, le he dado pases de entrada al que no podía comprarlos, y así me he ganado el cielo: haciendo la caridad, amando al prójimo, y saciando hambres cual humilde fámula del buen Señor.
Así cavilaba, muchos años después de todo esto, Silvia, la serrana, de tierna piel y curvas esculpidas en generosa proporción, al mejor estilo de Botticelli o alguno de esos renacentistas que padecía de fiebre greca.

Dióse Silvia a la tarea de pensar, en el ocaso de su existencia, que el tesoro de su sexo cándido había sido hurtado, migaja tras migaja, por la insaciabilidad de malagueños y manchegos adictos al pescado fresco y las almejas. Dióse a la tarea de llorar sus glorias pasadas recordando sus muchos levantamientos del catre, con arrogante valentía y ademanes de victoria al salir de las muchas tiendas que visitó, en los muchos campos de batalla en los que lidió. Dióse esta hija de la sierra a la tarea de hurgar entre sus haberes hasta encontrar el pergamino que un tal Peregrino veneciano le hubiese enviado mucho antes, en las que Ripol relataba la historia de un noble chino cuyas fantasías sodomíticas eran saciadas por la pierna a medio amputar de su lasciva esposa. Dióse doña Silvia a la tarea de suspirar por su Peregrino remitente cuya hambre nunca pudo saciar.

Decían que se había vuelto pez en un río de amarillas aguas. Decían que una gran muralla le impedía volver. Decían que sus pies yacían fatigados por las amplias estepas. Decían que había sido condenado a permanecer en alta montaña como cocinero de aves; hasta decían que servía el mejor hígado de los Urales. Decían que el Bósforo se había ampliado intencionalmente para impedirle el paso, que los Balcanes eternizaron el amanecer para permanecer erectos y evitar su curso, que el Rin se desbordaba para ahogarlo, y que los Pirineos se congelaban adrede para que no llegara hasta la peña hispánica que abrigaba a su Silvia. Decían que escribía pútridos improperios contra Tarsis, contra la Finis Terrae que se hacia huidiza, lejana, distante allende el mar, sola, desierta, mojigata, monja, cartujana y deseosa de desprenderse por el hilo que la ata al resto y viajar hasta las tierras del Sur, cual Colón sin certezas, sólo para hacerse sirvienta del destino que se empeñaba en separarlos.

A su vez Silvia, en la taciturnidad de su aposento, recordó las muchas líneas que fijó en el papel y, por un momento, las sintió inútiles, tontas, mordaces, alcahuetas, pendejas, desgraciadas y unidas al universo absurdo de su melancolía. Sin hallar papel, sin hallar tinta, hallose sola con los dos únicos elementos que le mantenían viva la ilusión: su memoria y los dedos con que escribía.
Dibujó una vez más la imagen nítida de su Peregrino en la mente absorta y, poniendo sus dedos, en posición de Papa en bendición, se los llevó a la concavidad de su entrepierna, muchas veces infringida, e intentó masturbarse.
Su vulva cansada parecía querer silbar con esos dos dedos adentro, pero, sus labios, del color de fatigados champiñones, se blandeaban como celofán usado y, aunque intentó parir un orgasmo, ni el aliento le bastó al menos para fingirlo.
-Si lo de abajo no llora, decía, concédeme Dios de bondad que mis ojos lo hagan y lamenten la desgracia de haber ofrecido amor a todos, menos al que lo merecía.

¡Qué desgracia, qué miseria, qué lamento llegado a histeria! Pobre Silvia, la serrana, de tierna piel nívea y virtud mermada. Tras la desgracia de un amor imposible, hállase ahora cocinando otro de sus vicios: la gerontofobia, que es el odio a su vejez, a su piel ajada, a su sexo nulo, a su cuerpo pícnico, a su pelo grisáceo y débil, a su voluntad enemistada con su anatomía, a su deseo de hacer y sin embargo no poder.
-Silvia La Serrana, decíase en frenético soliloquio, ¡qué vieja te ves! Tú que eras puta de sonrisa lisonjera, de gama de colores y manto volátil. ¿Qué queda de ti, pobre Silvia? Niña linda, muchachita un día pía. Tu rostro parece una rosa y no por lo terso sino por lo plegado. Ternerita locuaz de mansa cola y brío amainado, ¡cómo te ves! Vejestorio insulso.
Ahora, quitándose su bata barata de corte amplio, Silvia, la serrana, mirábase al espejo y con pausada, más no paciente voz, continuaba su mordaz panegírico:
-Mírate las manos peritas en amansar falos: cómo tiemblan ahora y pierden tino. Mírate las piernas que columnas de madreperla un día fueron y han olvidado los ritmos del ayer, mira Silvia de mil amores lo que queda de tus glúteos abultados: masa flácida, albina, venosa, lívida a veces, deseable nunca. ¿Y qué queda de tu voz, reina de las tiendas?, ya no alcanzas ni un Mi, ni un Fa, ni un Sol. Cuando hablas, ya resuenas cual suntuosa flatulencia, por el timbre de tu voz y el olor de tu hálito mortecino.

Cansada de llorar y sin hallar en el diccionario de su corazón palabras certeras que definieran con exactitud sus sentimientos, Silvia, la serrana, recordó una vez más al Peregrino veneciano, lo maldijo igual que al destino y se fue a la misa de la Asunción.
Cuando volvía por las mismas calles ruines y amoniacales de la Santa Fe de Antoquia de su mocedad, saludó al galeno del pueblo que paseaba feliz con su familia.

-Buenos días, doctor Follado.
-Buenos días, señora La Serrana.
-Feliz día de la Asunción, doctor. Menuda coincidencia que hoy el viento silbe, ¿no le parece?
-Sin duda mi señora. Deben ser los aurigas de la Madona elevándose a los cielos.

-Debe ser así si usted lo dice. He oído que los siervos de Hipócrates saben mucho. A propósito, ¿sabe usted dónde está localizado el corazón humano?
-Como no he de saberlo, mi señora; fui laureado en esa clase.
-¿Podría usted dibujarme el sitio exacto en mi pecho con este carboncillo?
-Con todo gusto.

Regresaba Silvia la Serrana por las calles otra vez ruines y amoniacales de Santa Fe, sin fijarse ahora en la desgracia de las casas o en los vapores úricos con los que festejaba el viento tibio de la tarde. Iba feliz la condenada.
Con el pecho entreabierto, riendo como sin razón, llegó a su casa medio oscura, entró a la cocina y se clavó un cuchillo sucio de mantequilla en la mitad del dibujo del pecho (la mantequilla era intencional. Para que le entrara más fácil). Se desangró y murió descorazonada...
Eso le pasó por puta, por pendeja, por bruta, por tonta, por y andar dando el culo en vez de estudiar como una niña decente. Si hubiese estudiado, hubiese sido más inteligente como para pensar que después de tantos años, ese tal marica Peregrino veneciano nunca aparecería. Se hubiese casado con uno de los tantos que se tiró, y cuento acabado. Ahora que ni crea que por repartilo a diestra y siniestra va a ser salva; que eso no es caridad, eso es putería.
Ojalá Satanás le diga, cagado de risa en el infierno, que en el mundo no hay amores imposibles sino amantes idiotas que se hacen infelices creyéndolo.

lunes, 13 de abril de 2009

Menina Santa

-Acuéstese mi niña y haga sus oraciones, dígale al ángel de la guarda que la proteja, a San Miguel que le espante los espíritus del mal, a la Madre Santa que la conserve pura en sueños, a Santa Lucía que la haga ciega para el pecado, a Santa Tecla que le inmovilice las manos si de tocarse se trata, y no olvide lavarse los dientes física y espiritualmente para evitar hablar sandeces mientras duerme.

-Claro que sí, su merced honrada, en santa obediencia he de postrarme, al séquito del cielo mi oración elevaré; en noche oscura con ansias de amores inflamada le diré que me haga limpia, que planche las arrugas de mi alma, que extraiga las manchas de mi purpúrea dignidad, que me haga santa como usted misma dice ser.

-Que bien, mi párvula estirpe de tinte palaciego, menina cual pintura de Velázquez, doncella al estilo de los cuentos, chiquitita de mirada cándida, solaz vestido de edad temprana, engendro casi inmaculado, lirio con apropiado sol y agua, dulce encanto de tiernas manos y empalagosa mirada... Pero, si te encuentro explorando tus tierras bajas te quemo las manos, puta del demonio. Si te veo dedeándote el culo en la penumbra conocerás la furia de mi genio. Si te hallo bajo la colcha, sudando de placer, seré yo el invierno que te apague. Si veo tus pezones erectos, seré yo la tijera que los pode. Si siento tu vientre palpitar de ganas, seré yo la brisa tramontana que confunda tus sentidos. Si te hallare lamiendo tus mismos labios en desesperada conmoción, seré yo la hiel que te haga escupir de repugnancia, porque las niñas malas no van al cielo, las hijitas de mamita que se portan mal, Dios no las quiere. Las señoritas bien portadas, en cambio, son deleite de la moral, miel en labios del prefecto, chocolate para el paladar del auditor. Sé bien yo que eres una de ellas y certeza tengo de que triste no me harás, porque mas vale mártir en cielo con palma en mano, que puta en tierra de andar mundano.

martes, 7 de abril de 2009

Ras-Putin


¿Adonde fuiste anoche?
-Mi hermana me llamo para que le ayudara a vengar la traición de un novio que se ha cagado en sus sentimientos.

¿Y que hicieron?
-Pues con necia cautela rodeamos a la victima: una hija de la calle llamada Ras Putin, porque como dicen por ahí, es puta y se depila el monte de Venus con cera. Una vez enfocada la carnada le forramos la cabeza con un saco vacío de harina, le entrelazamos los brazos por atrás, y le hicimos cosquillas.

¿Y como reacciono?
-Se reía sin parar la condenada, se movía como posesa en exorcismo, bailaba como mapalé al mejor estilo africano, serpenteaba como víbora amazónica, y decía algo así como: mo ma, mójenme, muélanme, mime pumas. Mi prima pensó que invocaba al diablo. Pero era obvio que con un pliegue del saco en la boca, sus palabras sonarían tergiversadas y locuaces. Yo con audacia lingüística traduje a la infortunada: “no mas! Déjenme, suéltenme, hijoputas! Fue cruel, pero reí como nunca.

¿Y como término todo?
-Al final le bajamos la falda, le amarramos los brazos, le quitamos el saco y la mandamos calle abajo por el distrito de compras, por donde sabíamos pasaría el desfile del carnaval. Hela ahí, verdaderamente depilada, maniatada, y con cara de mimo en feria.

¿Quedo tu hermana satisfecha?
-No lo se, el odio y la venganza son como el cáncer, como una adicción, porque una vez expuesta la naturaleza vil del hombre, se requiere de mas presas para alimentarla. No se si debí ayudarla, no fue bueno para ella, pero ese tipo de hambre se pega, ahora lo siento yo también.

¿Y que vas a hacer ahora?
-De pronto me vengue de mi hermana por su crueldad, y le haga lo mismo y la avergüence por tener una teta más grande que otra, porque no se depila las axilas, y tal vez aprenda que con lo que avergonzó a Ras Putin es aquello de lo que carece. Que solo se odia en los otros lo que uno no tiene. Tal vez aprenda que la venganza es la más estupida de las taras, porque se es lo suficientemente cobarde como para castigar en otros las gilipolleces de uno mismo.

domingo, 29 de marzo de 2009

Guadalajara

Ruido de voces condenadas, olores de tierra que quiere ser desierto, corrientes de carne y hueso, maquinas más rápidas que las corrientes, amalgama de piedra y agua, nostalgia de un pasado glorioso, orgullo por un futuro con más gloria, huerta fértil a la semilla del levita, rostro pobre, indio, rico y mestizo, polis con cara de aldea: he aquí Guadalajara.
Sabor de un guiso rojo como la sangre, cerros sin ambición, del color de la tortilla; cadencia de pasos al son de la cuerda: he aquí Guadalajara.
El horizonte se ve huidizo, las torres lo irrumpen sin respeto alguno, el bochorno viola la frescura: he aquí Guadalajara.
El polvo viaja con la brisa sin pagar pasaje, la alegría se ofrece sin esperar propina, el mendigo apuñala con la ternura, la puta comercia con diez minutos de agitación, el domador de máquinas practica política, Domus Dei con ansias de cielo. El joto injusto encuentra su manada, el encantador de serpientes toca su instrumento, el mercader obliga la compra, el consumidor que se rehúsa y como en un mole de gente toda, he aquí Guadalajara.

jueves, 19 de marzo de 2009

¡Lo que pasa PORNO verlo! Parte II.

Ya me hice madre mía, culto como tú querías. Ya no hojeo las revistas, que un día te turbaban. Las chicas de marzo, abril, y mayo ya lucen gordas y obsoletas. Ahora leo literatura, leo a Márquez, a Borges, a Wilde, y a Neruda. A veces me tropiezo con Fuentes y soy un lobo estepario como Hesse. Dejé de ir al cine y ahora me entretengo jugando la Rayuela. Sueño con Virginia Woolf, pero a veces me despierto con pesadillas creyendo que leo las segundas partes de la Poética de Aristóteles y el Ser y el Tiempo de Heidegger. Cuando educo me siento Gabriela Mistral o la Señora Godoy, como prefieras. Pesco en el Orinoco de Rómulo Gallegos, viajo al infierno de Dante, y peleo en las guerrillas con Gioconda Belli. Como verás, madrecita, ya te hago más contenta. Dejé mis antiguas andanzas y reinsertado en la vida, sin mácula, vengo pulcro ante ti. Bien peinado y sin arrugas, con perfume y cortas uñas. Sin embargo, madre bella, algo extraño ayer pasó. Tome un viejo libro que tu ídolo García Márquez escribió, después de leer estas líneas que cito, el hombre viejo apareció:

“enjugaba con pan mis primeras salsas de adolescente, me metía las cosas por allá antes de comérselas, me las daba a comer, me metía los cabos de espárragos para comérselos marinados con la salmuera de mis humores íntimos”.

Madre bella, no es mi culpa, te lo digo. Yo seguí tu ejemplo de leer al nobel sin cuestión. Yo leía y más leía y algo duro había en mi pantalón. Fue lo mismo que de antaño yo sentía en mis aposentos antes de que me sorprendieras con las páginas malditas de aquella onerosa impresión.

Pero de algo me ha servido seguir tu ejemplo. Aunque leer a Gabo me excita, en mí ha nacido un hervor social, por las putas olvidadas que algún día objetivase en las faenas oscuras de mi cuarto por las tardes. Ahora leo, pienso, vuelvo y leo y concluyo que no es puta la que se hace por el orgullo de dar culo, sino la que, hambrienta, se despliega por el centavo del montuno. Mira madrecita, lo que dice de ellas tu fantástico escritor, que toca mi alma en pena y descubre mi rubor:

“Pero yo encuentro que es demasiada vaina tanto plátano maduro en la cosiánfira y tanta malanga sancochada en el fundillo por los cuatro tísicos pesos que nos quedan después de descontarnos el impuesto de sanidad y la comisión del sargento, qué carajo, no es justo desperdiciar tanta comida por debajo si una no tiene ni qué comer por arriba.”

Lo que pasa ¡PORNO verlo! Parte I.

Matrona rencorosa que la virtud empaña,
no me quites de la mano lo que por natura amaña.

Madre mía de cercas cerradas, de mirada obtusa, e ideas estrechas, la muchacha de la foto no es mala, es tan sólo una puta con curvas, que abre patas y le toman fotos.

No me quemes la revista que exalta a la mujer en celo, no seas misógina, madre mía, sé solidaria con tu raza sufriente; la que un día fue cosa y no pudo votar, la que un día mal pagaron en el empleo donde más trabajó.

Ten piedad, madrecita, de esta pobre puta de papel, que sólo me refresca el alma hambrienta de placer.

La compre en el quiosco y le pagué a un borracho, que por más que la quería, no me hice el macho. Si lo que quieres es que no vea tal cosa, ya conseguiré algo diferente que me pare la cosa.

He luchado, he sufrido, y he llorado y aunque yo no quiera aún sigue parado. Quieres que me haga culto y deje esas porquerías, pues dame madre mía, el secreto de la castidad y que aleje de mi alma ya la escoria y la maldad.

miércoles, 18 de marzo de 2009

De auditorías y otras incumbencias

Martillos y clavos, cincel y cemento, columnas y perforaciones, ¿qué otro lenguaje referente a las construcciones se me puede ocurrir que no haya alguna vez utilizado en el libidinoso mundo de mis metáforas erotizadas? ¿Qué concepto técnico de ingeniería podré usar para describir mejor el ángulo de un muro, la elevación de una casa o el perímetro de un edificio? Mi lenguaje es básico en ingeniería, mejor dicho, de construcción no se un soberano culo. El único culo que soberanamente conozco cuando hablo de construcciones es el mío, que por inercia, se siente atraído por la prole que labora en ellas. ¡Bendito clima de primavera! Que dispersa el frío con tiernos rayos de sol vueltos infierno al tiempo del cenit. Sol solecito que calienta un poquito... y vuelve loquito mi culito, hoy y mañana, y toda la semana. Bendito sol que calentó este miércoles e hizo la mano obrera despojarse de sus camisas y mostrar al mundo torsos sudorosos, anatomías forjadas, tapiz de vellos. Sol solecito que me hizo por un momento perito del arte de la arena y el cemento, que me hizo salir de mi madriguera para contemplar un olimpo paradisiaco como el Hudson de Whitman. Sol solecito que me hizo hacer preguntas sin sentido con aire de erudición: ¿es posible poner ese poste en este hueco?, ¿Cuántos martillazos son suficientes para que esta pared se venga abajo? Si abrimos esa puerta más, ¿cree usted que quepa mejor? En fin, esas criaturas de trigo se preguntarán qué me hace tan trivial y estúpido. Pero ninguno tuvo la suficiente educación para descifrar mi propia versión del lenguaje Morse (o morbe: de morboso). Creo que mis figuras fueron demasiado abstractas o ellos demasiado correctos para entender mi propuesta subliminal ¡Qué mierda! Al fin y al cabo esto del arte y el lenguaje es sólo la expresión de un autismo en el que apenas el que emite sabe lo que quiere decir. Pero no se preocupen señores de hierro, sigan no-entendiéndome, que yo seguiré visitando, y cuando diga cualquier trivialidad sólo yo sentiré el agite de mi alma trémula y alborotada.

(La foto de flickr.com. Construcción en Bogotá).

lunes, 9 de marzo de 2009

La Deseable Indeseable

(La foto de www.flickr.com)
Ella se cree virgen la muy puta. Con arandelas sevillanas y filigrana momposina pretende que le griten: «¡guapa!», los hombres, en concurrida procesión.
Con atavío de ramera sale a la calle y no le basta el andén.
Cree que es de alcurnia por su apego a la pecunia y no respeta ni el frente de la curia.
¡Qué putita!
Ni el colegio de las monjas, ni la clase de moral, ni las reprimendas que le daban, nada de eso le sirvió.
Cuando nació se vio inocente, pero no era más que lo que llaman los expertos «putilla en capullo», esperanza del gremio de las meretrices que aseguraban así, una vez mas, su eternización en la historia.
¿Adónde vas? ¿Dónde levantaras tus faldas hoy? ¿Adónde he de ir a presenciar tan bajo espectáculo?
Cual ganado en feria, cual chirimoya en el mercado, cual pescado salado: así te ofreces al mejor postor. Ojalá uno de estos días reunieras el dinero suficiente para comprarte a ti misma y encontrar, en la soledad de tu cueva, lo que significa ser puta para sí.

Del Magdalena al Mississippi, de Gabo a Faulkner, de Macondo a Yoknapatawpha, del vallenato al jazz.

La melancolía de amores no conocidos y el placer de asirlos por un momento llegan a mi mente cuando suena el bohemio desorden de una pieza de jazz.
Ya me pinto en un pequeño bar de la mítica Louisiana con obreros cansados de la jornada que, entre licor y amores, buscan sosegar sus almas insatisfechas.
Ya imagino la puta publica que, como dice aquel viejo vallenato, cuando comienza la noche, comienza su día; que vende puñados de amores para ganar el pan, haciendo centavos de una sociedad que la corrompe y luego la margina.
-Muchacha autómata del vicio ¿para donde vas?
Pero no es el monótono rasgueo y la triste línea poética de un vallenato los que hoy me inspiran. Es el estridente e indescifrable grito de un jazz que me hace soñar un pequeño sueño y que rebautiza al Macondo de mi infancia y lo llama Yoknapatawpha.
Esta mañana, mientras me bañaba, hice sonar un compacto con cantos que Louis Armstrong grabó con Ella Fitzgerald cuando la idea del compacto no aparecía aún en la imaginativa de la industria musical. El primero de la lista: «Dream a little dream of me».
Stars shining bright above you Night breezes seem to whisper: I love you Birds singing in the sycamore trees Dream a little dream of me. (Las estrellas brillan encima de ti. Las brisas nocturnas parecen susurrar: te amo. Los pájaros cantan en los sicómoros. Sueña un sueño conmigo).
¿Que habría hecho a Gus Kahn en 1931, diez años antes de su muerte componer tan bellas letras? ¿Qué le hizo a un inmigrante alemán imaginar la onírica armonía de esta pieza maestra? Mejor aún, ¿cómo imaginar que de la mano de un ario hayan salido palabras solemnemente inmortalizadas por la decadente voz de un trompetista negro y el sensual susurro de una diva de ébano? Sin duda fue un sueño lo que hizo a Kahn describir tal escena de amor; sin duda fue el mismo órgano imaginativo de los humanos el que hizo a Armstrong y a Ella entonarla como con un puñal en el corazón y temblor de cuerdas, de esos mismos de los que habla García Lorca en su Cante Jondo. Sin duda, es esa misma musa la que me hace inútil y me distrae de mis quehaceres haciéndome escribir prosa barata y robarle tiempo al tiempo. Es esa misma musa de la inutilidad que nos hace soñadores y títeres del arte, al menos a Gus, a Louis, y a Ella, porque a mí me hace escarnio, me hace vergüenza publica, me gana el repudio de los que amo, de Sir Wilde, de Mr. Whitman, de Monsieur Proust, del Sr. D. Gómez Jattin, y de cientos otros a los que sueño superar algún día (que quede claro: sólo sueño).