lunes, 9 de marzo de 2009

Del Magdalena al Mississippi, de Gabo a Faulkner, de Macondo a Yoknapatawpha, del vallenato al jazz.

La melancolía de amores no conocidos y el placer de asirlos por un momento llegan a mi mente cuando suena el bohemio desorden de una pieza de jazz.
Ya me pinto en un pequeño bar de la mítica Louisiana con obreros cansados de la jornada que, entre licor y amores, buscan sosegar sus almas insatisfechas.
Ya imagino la puta publica que, como dice aquel viejo vallenato, cuando comienza la noche, comienza su día; que vende puñados de amores para ganar el pan, haciendo centavos de una sociedad que la corrompe y luego la margina.
-Muchacha autómata del vicio ¿para donde vas?
Pero no es el monótono rasgueo y la triste línea poética de un vallenato los que hoy me inspiran. Es el estridente e indescifrable grito de un jazz que me hace soñar un pequeño sueño y que rebautiza al Macondo de mi infancia y lo llama Yoknapatawpha.
Esta mañana, mientras me bañaba, hice sonar un compacto con cantos que Louis Armstrong grabó con Ella Fitzgerald cuando la idea del compacto no aparecía aún en la imaginativa de la industria musical. El primero de la lista: «Dream a little dream of me».
Stars shining bright above you Night breezes seem to whisper: I love you Birds singing in the sycamore trees Dream a little dream of me. (Las estrellas brillan encima de ti. Las brisas nocturnas parecen susurrar: te amo. Los pájaros cantan en los sicómoros. Sueña un sueño conmigo).
¿Que habría hecho a Gus Kahn en 1931, diez años antes de su muerte componer tan bellas letras? ¿Qué le hizo a un inmigrante alemán imaginar la onírica armonía de esta pieza maestra? Mejor aún, ¿cómo imaginar que de la mano de un ario hayan salido palabras solemnemente inmortalizadas por la decadente voz de un trompetista negro y el sensual susurro de una diva de ébano? Sin duda fue un sueño lo que hizo a Kahn describir tal escena de amor; sin duda fue el mismo órgano imaginativo de los humanos el que hizo a Armstrong y a Ella entonarla como con un puñal en el corazón y temblor de cuerdas, de esos mismos de los que habla García Lorca en su Cante Jondo. Sin duda, es esa misma musa la que me hace inútil y me distrae de mis quehaceres haciéndome escribir prosa barata y robarle tiempo al tiempo. Es esa misma musa de la inutilidad que nos hace soñadores y títeres del arte, al menos a Gus, a Louis, y a Ella, porque a mí me hace escarnio, me hace vergüenza publica, me gana el repudio de los que amo, de Sir Wilde, de Mr. Whitman, de Monsieur Proust, del Sr. D. Gómez Jattin, y de cientos otros a los que sueño superar algún día (que quede claro: sólo sueño).

1 comentario:

  1. Xavier... no encuentro la manera de contactarme vía mail con vos... te dejo el mio para comentarte algo ok...

    harrycortesrodriguezblog@gmail.com

    un abrazo

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